El Falso Amor

Desde el comienzo de los tiempos, las relaciones entre individuos, sean afectivas o con fines copulativos/reproductores (animales), son necesarias tanto para la coexistencia, la dispersión y variabilidad de especies, y un largo etc que ni de memoria podría recitarlo.

Todas esas interacciones tienen una finalidad, aunque fuese mutuamente interesada por las partes que componían las «relaciones», ya sea para procrear y aumentar la prole de la aldea, para hacer grupos más numerosos y poder enfrentarse a peligros desconocidos o incluso, para unir poblaciones (animales).

Pero, desde hace un par de cientos de años, mientras que los matrimonios interesados seguían en auge en ciertas esferas pero decadentes, aparece el concepto de «amor romántico». Si bien es cierto que este tipo de «amor romántico» se conoce desde una fecha más antigua a la indicada (como los ejemplos de Tristán e Isolda, Orfeo y Eurídice, y toda la retahíla de historias de sacrificio mutuo que le precede), no es menos cierto que en los tiempos que corren, ese concepto se haya transmutado un poquito. Pero, ¿hacía qué cosa?

Pues, sin miedo a señalarlo con vehemencia, las observaciones que me han llevado a escribir éste post (durante todos mis años de implicación social) me sugieren que está transformándose en técnicas de uso y desuso respecto a los intereses de quien profesa ese «amo romántico», que es vívido y palpable mientras dichos intereses sigan encima de la mesa. Pero claro, ésta es la tendencia, ya que lo que ahora hay está aún inmaduro.

La sistemática que se juega en nuestros tiempos tiene unos componentes psicológicos dignos de ser leídos por un psiquiatra. Y si leyendo ésto piensa el/la lector/a que exagero, le expongo una cadena lógica de observaciones.

En la actualidad, la forma más común de cortejo, es la anulación provocada casi siempre desde el hombre hacia la mujer; la anulación en éste caso es sutil, dado que su función principal es el «secuestro» de la atención por un lado, y por otro, la generación de euforia. Cuando la euforia aparece, es cuestión de tiempo que ambos individuos se aíslen de su entorno, aunque participen de él. Si dicha anulación personal ha tenido efecto, se pasaría a un nivel mayor de implicación (así es como da inicio una dialéctica amo/esclavo en las relaciones).

Dicho nivel de implicación (de camino ya a ese «amor romántico») se basa inicialmente en la necesidad aprendida del apego (que es un estado afectivo que puede perdurar con los años), un nivel que a veces roza incluso lo enfermizo. Dicho apego, comienza a tener un efecto negativo entre ambos individuos de la pareja, dado que cada uno se transforma en una inyección de euforia para el otro, y por lo tanto, en adicción. Como ya habrá podido entender el/la lector/a, ninguna adicción es buena. Esa necesidad de euforia (de situaciones totalmente especiales y únicas que hacen a ambas partes únicas personas en el mundo), comienza a disipar las lineas que dividen la identidad de ambos individuos de la pareja, provocando una progresiva fusión de ambos en una identidad única (de tener amigos individuales, a amigos en común; de tener actividades individuales, a tener actividades en común,…).

Y aquí, es donde empieza la anulación en su máxima fiereza, dado que al haber perdido la identidad de cada uno para ser una única identidad, uno no puede llegar a entenderse sin el otro, y eso es un enorme problema dado que, no se sabe hasta cuándo una relación puede ser viable, pero es evidente pensar que una relación en donde dos personas fusionan su identidad pueda durar más allá de sus límites naturales. Ésto hace que surjan las disputas, odios e incluso violencia mutua de diferentes grados.

Aparte, el amor romántico no deja de ser un cliché elongado, basado en una fase temprana muy natural (esa fase temprana madura y se relaja) al inicio de las relaciones monógamas (porque, no olvidemos, que este concepto de amor romántico está basado en la fidelidad sexual y personal entre ambos), cosa que desde el punto de vista natural, no es sostenible (dados ciertos impulsos vitales para ser nómadas).

Quizás, en algún universo paralelo, exista un término que defienda la autosuficiencia individual, el mantenimiento de la identidad de cada uno sin llegar a volverse una fusión toxica, al orgullo mutuo en vez de los celos y las sospechas

En resumen, el estado de enamoramiento actual, según mis observaciones claro, no deja de ser un método en donde se utiliza a los demás para un beneficio propio, en estos términos, un beneficio personal en donde aporta euforia, ya que cuando uno dice que «ama a alguien» (en éstos términos claro, ya que cada uno puede crearse su propia definición de amor), en realidad lo que está diciendo es «amo a la versión de mi mismo cuando estas en escena), es decir, no se admira la trayectoria de la persona que se supone se ama, o sus habilidades, virtudes o defectos, no se aprecia los subconjuntos que puedan hacer de esa persona alguien con quien dedicar cierto tiempo, solo se aprecia las cosas que se aportan al que ama (puedes hacer el ejemplo preguntando a parejas «qué es lo que te gusta de tu pareja», y verás como la mayoría o todas las cualidades dichas, empiezan por «me»: me hace reir, me hace feliz, me…, me…, me…) Para hacerlo más sencillo, lo escenificaré:

Imaginemos un castillo, con un trono, el cual está vacío. Mientras que está en esas condiciones, el interior del castillo es un caos absoluto, por lo que se requiere alguien que se siente y realice ciertas acciones. Da igual quien sea, lo importante es que alguien lo haga, para hacer que el castillo siga siendo tranquilo.

Porque eso es, a fin de cuentas, el «amor romántico»: una forma de anulación mutua, basada en chutes de euforia, con el resultado de la pérdida de la identidad para llegar a una mutua dependencia en casi todos los aspectos, ralentizando o incluso eliminando el crecimiento y la maduración personal individual de cada uno.

Quizás sea momento de experimentar otras formas de expresión de dicho apego y euforia, basada en la libertad de actuación, la individualidad y autosuficiencia, y sobre todo, en creer en la bondad del/a compañero/a que mutuamente se han elegido.

Rubén Bertos

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